Recuerdo 1: Versos.

Fue el último poema. Elegido expresamente para despedirme, en la ignorancia de los presentes, de aquella persona a la que amaba. Mientras lo buscaba entre las páginas del libro, el silencio se extendía por la sala del local, como un espectador más de aquel insólito adiós.

Al encontrarlo, mis latidos se aceleraron y sentí el rubor expandirse por mis mejillas, el calor repentino recorrer cada recoveco de mi cuerpo

-El próximo poema se titula «Dulce enero», se lo dedico a una persona a la que he querido enormemente.

Mi voz apenas era un murmullo para mis oídos. En mi mente solo escuchaba su nombre, un eco constante y persistente, y también hiriente. Tibias lágrimas afloraron en mis retinas, una tenue tensión fue cargando el ambiente.

Alce la mirada y recorrí los rostros del público, buscando en aquellas miradas un ápice de consuelo. Y la encontré, hospedada en el fondo de la sala, con la visión cristalina y la sonrisa sutil del que comprende, escucha y calla.

Mirada de consuelo que me propicio mi fiel amiga; atónita y sorprendida por el poema elegido y mis previas palabras, un destello en sus ojos me sugirió la emoción que retenía en su cuerpo.

Ambas sabíamos lo que aquellos significaba, ambas éramos cómplices ante la quietud de un público expectante. Ambas conocíamos el gran significado que ocultaba aquel anuncio. Centré mi vista en los versos; encontré fuerzas para recitarlos.

Una vez concluido, alcé el rostro a los aplausos y al fin comprendí que lo había hecho, me había despedido.