Recuerdo 5: El adiós.

Quería poder cerrar los ojos y desaparecer de allí. Quería cerrar lo ojos y que nada de eso estuviera pasando, pero por alguna sencilla razón del destino parecía inevitable que volviéramos a pelearnos.

El sol de mediados de julio era insoportable sobre mi piel, no solo quemaba, tambien picaba. La luz me deslumbraba cuando intentaba mirarle a los ojos y ver algo de lo que algún día fue, no obstante en sus ojos solo veía rabia y decepción.

No corría el viento, con lo cual la calor era asfixiante. Estábamos todos en las escaleras de la entrada del parque: Rafa, Ale, Lidia, Eli y él… Envueltos en un silencio ensordecedor.

El parque se encontraba enfrente de una urbanización de pisos marrones, con balcones y miles de ventanas acechantes. Nos separaba de ellos una carretera que subía hacia arriba tornándose en una cuesta.

Al lado de las escaleras, setos gigantes y enredaderas hacían que el ambiente pareciera más suave y refrescante, al pie de las mismas habían vallas metálicas verdes, acotando de esta manera la entrada. El suelo rojizo que pisaba hacía del sitio un lugar más horrible.

Entre nuestros gritos solo se escuchaba el chirriar de las persianas y varias miradas  curiosas, amenazantes con llamar a la policía por el escándalo que estábamos montando. Sus miradas, las de mis amigos, no pudieron ser más huidizas y asustadizas por la situación.

Me sentía mal por ellos, pero no podía evitar sentir aquel tremendo dolor. Notaba como un ardor corría incesante por mis venas, escupía palabras de odio en una constante diarrea verbal.

Sigo teniendo una oportunidad, ¡lo sabes! – gritó Pedro.

¡No! ¡No la hay! ¿Sabes por qué? – fijé mis retinas en el suelo rojizo, la respiración entrecortada y agitada, alcé de nuevo la vista, miré a sus ojos marrones casi inertes y expectantes por lo que iba a decir … eran palabras que me dolía pronunciarPorque no te quiero, no te amo, no me gustas. Al revés, cada día te odio más – grité desesperada.

Esas palabras hirieron, hicieron daño. Lo note en su mirada, sentí a través de ella como su alma lentamente se quebraba bajo aquella aparencia de tipo duro. Pero así fue, salieron de mi como balas de cañon, como bombas impacientes por detonar.

Pedro se movía inquietamente sin desplazarse del lugar, intentando recomponerse de aquella sonora declaración, que más que eso, fue un puñal recubierto de sal. Las gotas de sudor le caían lentas por la frente. El tiempo se encontraba inmóvil, estático, los segundos pasaban como largas e insufribles horas.

Simplemente, solo estábamos él y yo en aquel lugar. Los rayos del sol se filtraban a través de sus cabellos negros hacia mi cara, ambos estábamos vacíos, devastados. Lágrimas a mis ojos asomaban y a diferencia de las suyas, las mías sí se revelaron. Sentí como esas lágrimas surcaban mis mejillas, sin prisas llegaban a mi barbilla y allí cuidadosamente se precipitaban sin más. Un grito agónico ahogado en la garganta, una brutal presión asolaba a mis pulmones.

La tensión se palpaba en el entorno, tensión que casi podías saborear con los labios. Se unieron las miradas de sorpresa y los gestos de incredulidad, tras todo lo que había pasado, al fin lo dije. Si embargo, ni tan siquiera podía mantenerle la mirada. Al igual que a él, mis palabras me destrozaron. Serían tremendos meses de una desesperación enquistada, lo veía venir.

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